Mi último día

Lo malo de morirse es no saber cuando pasará.

A mí me tocó el día de la boda de mi sobrina, que ha salido igual de gilipollas que el marido de mi hermana. El tío es un carnicero con tres tiendas que trabaja 20 horas al día y tiene el coche más molón, el peluco más grande, un chalé a 15 Km. de uno de la princesa Leticia, etc. Si se hubiera alargado el tamaño del pene cuando era joven todo eso se habría ahorrado.

La niña de los cojones quería una boda por todo lo alto, así que untaron bien al obispo para que se celebrara en la catedral. Y claro, a un espectáculo de esta enjundia hay que asistir con  esmoquin. Conclusión, me tiré las dos semanas previas a mi muerte buscando uno baratito con todos los accesorios, que no son pocos. Un día antes de la boda me dijeron que se podían alquilar… estas son las consecuencias de tener sólo amigos emporraos y pasados de la vida, que no te enteras de cómo va el mundo.

El día de la boda el ascensor estaba otra vez averiado. Así que bajé a pata desde el octavo y como siempre, en el sexto, la señora María, con la puerta abierta, acechando para endiñar con el cepillo de barrer a todo el que pasa.

-¡Joder, señora María! ¿No ve el esmoquin?

Y al hacer un giro artístico, cual bailarín de ballet sobre hielo y con mi mejor sonrisa, se me enganchan los «chuflos» esos que cuelgan por detrás del esmoquin en la barandilla de las escaleras. Intento echar mano a la señora María o al cepillo, pero los zapatos con suelas nuevas resbalan y en fin, caigo por las escaleras. Me gusta pensar que al modo de las escenas lentas de Matrix… pero siempre es más vulgar.

Punch… joder, qué hostión en la cabeza.
Punch… joder, las cervicales.
Clonk… ufff… eso suena a roto, chungo.
Plasss… no hay nada que hacer, los sesos en el esmoquin.

Y así me quedé, en el rellano, con la cabeza abierta y el cuello roto, mirando a la señora María, mi última testigo. De haber sabido que iba a morir: ni boda, ni semanas perdidas, ni cabreos, ni leches en vinagre.

Así que tiro para el cielo por unas escaleras super largas. Espero algo de música celestial con el ascenso, pero sólo se oye griterío allí arriba. Alcanzo la nube más alta y veo un follón de chinos con carteles, pancartas, silbatos y cara de cabrero alrededor de un tío muy serio con enormes alas blancas. Parece una concentración antiespecista. Me abro paso entre la multitud para hablar con el tipo-pájaro.

– Hola ¿Es Usted el arcángel San Miguel? Pregunto.
– Sí, soy yo. ¿Pero no ve que estoy ocupado?
– Disculpe, es que me acabo de morir y quiero pasar al cielo.
– Espere su turno oiga. Se acaba de estrellar un autobús cerca de Katmandú y están todos aquí reivindicando su derecho a la reencarnación.
– Perdone, estaré ahí enfrente. Me alejo un poco y busco un turulo de nube como asiento, bastante cómodo, por cierto.

El griterío se vuelve insoportable. Hay tensión. Llegan un par de docenas de mujeres con aspecto nórdico, vestidas con armaduras de brillante acero – ¡Las Walkirias! pienso – y se lían a palos con los chinos, que no tardan en desparramarse por el lugar.

– Malditos budistas, son los peores – va diciendo San Miguel mientras se me acerca – los cristianos, los musulmanes, los judíos, etc. se esperan algo así, pero las religiones orientales llevan un rollito chungo y claro… ¿Tú que eres?
– Pues no lo sé muy bien, la verdad. ¿Qué le gustaría?
– Da igual, es lo que hay. Vamos a esperar tu expediente vital. ¿Qué te ha pasado?
– Me rompí todo en unas escaleras.
– Bueno, al menos fue rápido. De todas maneras, que sepas que está el tema jodido. Tenemos el cielo lleno. Puedes ir al infierno o quedarte con los ateos y agnósticos.
– ¿Lleno?
– Eso me temo, sois un follón en la Tierra y ahora, con el movimiento animalista, también tenemos que acoger perros, gatos y dentro de poco cerdos, vacas, peces, etc. No te digo más…
– Eso me parece muy bien, es lo justo ¿Y qué hago entonces?
– ¡Así que eres de esos! ¿Vegamos? Sois el futuro y a Dios le encantáis. Pero tienes que esperar como el resto. ¡Vaya! Los chinos del autobús se están volviendo a concentrar.
– ¿Y el infierno?
– Tú verás, no se vive mal, pero está lleno de políticos, profetas, diseñadores de moda, curas, etc.
– ¿Y los ateos y agnósticos?
– Lo mismo te digo, los tenemos corriendo alrededor del cielo hasta que se lo crean.
– ¿Podría hablar con Dios?
– No creo… aún. Por cierto, es una mujer.
– ¿Una tía?
– Sip, y tiene muy malas pulgas, así que un respeto. Mira ¿Ves aquella nube un poco más gris?
– Sí, la veo.
– Es la sala de espera para “indefinidos”.
– Me parece bien, ¿Tardará mucho en ampliarse el cielo?
– Estamos haciendo unos trabajos por el este y en breve seguro que tendremos hueco. El cielo está lleno de operarios de la construcción que se matan en la obra.
– Genial entonces.
– Te animo a que te vayas corriendo… ¿Ves toda esa peña que sube por las escaleras? Se acaba de estrellar un avión lleno de cazadores en una plaza de toros. Estos son los peores, piensan que van derechos al cielo… pero no. La van a liar. Dice San Miguel mientras echa mano a la espada del cinto.

El arcángel desenvaina el filo, las Walkirias se frotan las manos… y yo con un esmoquin de mierda. ¡Si lo llego a saber antes!

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