Tras la revisión anual de la película «Joker», ahora también en preparación para su secuela, vuelvo descubrir nuevas capas y significados en el personaje de Phoenix. Es obvio que somos nosotros quienes cambiamos con el tiempo, pero la profundidad de esta cinta es abrumadora. En su día, percibí que la enfermedad mental del Joker es una excusa para tratar una enfermedad social mucho más profunda y menos popular. Veo al Joker como el sociópata perfecto que mata por un exceso de empatía.
¿Cómo puede un exceso de empatía llevar a alguien a matar? A primera vista parece un oxímoron. Pero al analizarlo desde la perspectiva del sufrimiento percibido y la justicia se vuelve más comprensible. La empatía no es sólo la capacidad de entender y compartir los sentimientos de los demás, sino también una intensa identificación con su sufrimiento.
La empatía puede matar, por ejemplo, en un contexto de venganza. John Wick desata su furia porque matan a su perro, símbolo de una conexión emocional profunda. Su violencia es dirigida y orientada hacia quienes causaron su dolor. Pero el acto del Joker es más profundo. Joker se convierte en un asesino porque siente que la sociedad lo ha matado a él. Este no es un acto de venganza convencional, sino una respuesta extrema a la percepción de haber sido aniquilado por la sociedad.
Para Joker la violencia se convierte en una forma de expresar su desesperación y su sensación de haber sido ignorado y oprimido. No mata por otros en un sentido convencional; su empatía se dirige hacia su propio sufrimiento y la percepción de injusticia que lo rodea. Su violencia no es fría y calculada, sino un grito desesperado para ser visto y reconocido.
En «V de Vendetta», vemos un caso similar pero con un enfoque diferente. V, al igual que el Joker, se enfrenta a una sociedad injusta. Sin embargo, V elige una estrategia menos sangrienta y más enfocada. Ambos personajes representan la rabia nacida de una empatía extrema hacia el sufrimiento causado por una sociedad injusta.
Hannah Arendt, en «Sobre la Violencia», nos ofrece una perspectiva crucial:
«La rabia no es en absoluto una reacción automática ante la miseria y el sufrimiento como tales (…). Sólo brota allí donde existen razones para sospechar que esas condiciones podrían modificarse y no se modifican. Sólo cuando nuestro sentido de la justicia se ve afectado reaccionamos con rabia.» Joker experimenta esta rabia porque siente que la sociedad tiene la capacidad de cambiar las condiciones que lo han llevado a su situación, pero elige no hacerlo.
La empatía hacia su propio sufrimiento y la percepción de la injusticia social se transforman en rabia, que luego se convierte en violencia. Este exceso de empatía, vinculado a la percepción de injusticia y la impotencia para cambiar las circunstancias, puede desencadenar una respuesta emocional poderosa. En casos extremos, esta rabia se convierte en violencia, un intento desesperado de romper el ciclo de sufrimiento y llamar la atención sobre la injusticia.
Joker nos muestra cómo la percepción de un sufrimiento ignorado puede transformar la empatía en rabia y violencia. Nos invita a considerar cómo construimos nuestras sociedades y cómo respondemos al sufrimiento y la injusticia. Porque en última instancia, la verdadera pregunta es: ¿somos capaces de cambiar las condiciones que causan tanto dolor antes de que la rabia nos consuma a todos?